martes, 10 de marzo de 2015

Cadáveres Mecánicos | II. Jonathan


Por Bonnie Blanchard

II. Jonathan

  Tomás llegó a las tantas de la madrugada al taller. Su escondijo olvidado entre los cerros jamás había visto la inspección de oficiales de carabineros, porque lucía exactamente igual a las demás casas del barrio. Nada allí parecía sospechoso.  
  Se sentó en su escritorio fatigado, apoyando la cara en la superficie para lograr dormir. Dejó la pala y sus otros instrumentos cubiertos de tierra de cementerio a un lado para que no siguieran manchando el suelo que era tan viejo como la piedra y que nadie limpiaba en años. «Toda una noche gastada en vano», suspiró.
  De pronto el tronar metálico de los tubos oxidados lo despertaron de su umbral de sueño: miró con los goggles aún puestos el intrincado camino de hojalata que se hacía desde la chimenea hasta el viejo recipiente al lado del escritorio donde acababa el estruendoso recorrido.
«Otra vez es de día», reflexionó. Abrió la capsula que llegó a su buzón de correo y extrajo el pliego recién salido de la imprenta de El Mercurio. Aún no sabía cómo se las ingeniaban para plegarlo tanto con tamaño diario. Si hubiera sabido años antes que su trabajo consistiría en estar fuera toda la noche para llegar al taller a dormir cerca del amanecer se habría replanteado seriamente mantener su subscripción.
  Abrió la página de en medio motivado por saltarse las secciones sobre Vida Social que no le interesaban hasta llegar a las páginas de interés regional. Justo ahí, en la plana completa del lado izquierdo  fue que vio el retrato hablado hecho por un dibujante del bandido que asaltaba bancos, joyerías y las casas más ricas de la sociedad porteña.

SE BUSCA
JONATHAN ZAMORA
RECOMPENSA
VIVO O MUERTO

Quiso reírse un poco como si el asunto le preocupara en algo: era tan pobre y desgraciado que debía dormir en su taller para no arrendar alguna pieza y abaratar costos. Un ladrón así jamás sería una amenaza para un humilde sobreviviente como él.
Miró hacia la mesa donde iba caminando mientras leía de forma mecánica. Ahí, con los pies sobre la mesa, dormía su compañero de trabajo sentado en  la silla, con los ojos cubiertos por el sobrero vaquero y los brazos bajo la nuca.
—Sales fatal en esta imagen, Zamora—dijo poniendo el papel sobre la mesa.
Jonathan no contestó.
A Tom le habría gustado aprovechar la ocasión para jugarle una broma, pero valoraba demasiado su vida para hacer esa estupidez.
—Tuvimos una noche pesada, ¿no es así?—reflexionó sentándose frente a su camarada—. ¿Cuándo llegará el día en que dejaremos de vivir como ratas en una pocilga?
Jonathan no respondió. Estaba dormitando.

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